El impacto de un niño acosador es devastador para sus compañeros de aula, sin embargo, aunque abunda literatura sobre las víctimas de su conducta, no son frecuentes los estudios y las guías que abordan el modo de detectar estos comportamientos y reconducirlos con éxito, según distintos expertos consultados por Europa Press, que inciden en la necesidad de poner el foco en el acosador para que no se multipliquen los acosados: La agresividad, la falta de límites y la ausencia de empatía son los rasgos definitorios.
El psicólogo y responsable de la Línea de Atención al Menor de Fundación ANAR, Benjamín Ballesteros, incide en el «bajo nivel de empatía» del menor, que se manifiesta en su tendencia a «justificar la violencia y la agresividad» con explicaciones que rebajan la importancia de su conducta e intentan llevan a la conclusión de que no existía otra forma de relacionarse o de solucionar un problema.
«Nos damos cuenta porque del agresor normalmente llegan imputs a casa desde el colegio en relación a que se mete en problemas, peleas, disputas, enfrentamientos con otros compañeros y llegan quejas e información al respecto. La agresividad es una de las características esenciales y cuando les preguntas en relación a lo que ocurre muestran un descenso de su capacidad de empatía, justifican sus actos sin comprender el alcance de los mismos. Eso ya nos debe llamar la atención», explica el experto.
Asimismo, indica como rasgo identificativo que los niños y niñas que acosan manifiestan «un descontrol de sus impulsos» también en casa. Según explica, son menores «que reaccionan casi sin pensar, no meditan demasiado sus reacciones» y tienen una «tendencia a ser más agresivos», algo en lo que en su opinión, ha influido su entorno.
«No se puede olvidar que estamos hablando también de niños y adolescentes y hay que saber fijarse en por qué un niño agrede a otro, que muchas veces tiene que ver con su entorno familiar y social. Hay que ser capaces de observar al agresor y no demonizarlo, hay que averiguar por qué razón actúa de esta manera, que es la otra cara de la moneda», señala.
EL NIÑO EMPERADOR Y LA VIOLENCIA
«A veces –prosigue– son chicos que fueron víctimas de bullying que se volvieron agresores para defenderse y ser aceptados por el grupo que en su día les acosó. Hay casos en los que en casa pueden estar sufriendo malos tratos o presenciando violencia de género contra sus madres», señala.
Hay otros orígenes, como el ‘síndrome del emperador’, que, afirma, «no sale de la nada». «Hay niños que son educados en ausencia de normas y límites, donde no hay tolerancia a la frustración porque no se les ha educado frustrándoles de vez en cuando. En una educación excesivamente permisiva y sin límites, ese niño puede convertirse en un agresor», apunta.
Sobre este asunto profundiza Enrique Pérez-Carrillo, de la Asociación Nacional de la Prevención del Acoso Escolar. «Un niño acosador suele ser un niño que no respeta límites, que tiene una actitud agresiva en sus relaciones sociales, que impone el ‘yo mando, se hace lo que yo digo, tú juegas y tú no, excluyo a quien quiero porque no me gusta’. Es una actitud agresiva en su forma general de estar con otros niños», asegura.
En cuanto a la edad y al género, no hay un perfil definitivo, ya que ambos coinciden en que es «un proceso» que va «de menos a más» y que pueden desarrollar tanto niños como niñas. Pérez-Carrillo afirma que el acoso escolar puede comenzar a darse desde los 5 años de edad, cuando los niños empiezan a definir sus relaciones sociales. Ballesteros, por su parte, cita la Primaria como la etapa en que van cobrando forma y la Secundaria como la fase en la que «suelen estallar».
CASTIGOS EDUCATIVOS EN EL COLEGIO
En cuanto al qué hacer cuando se descubre que un hijo es el acosador de uno o varios de sus compañeros, ambos coinciden en que los padres deben tomar medidas y buscar ayuda psicológica, ya sea llamando al teléfono ANAR (900 202 010), donde «todos los días» entran comunicaciones sobre acoso escolar, aunque «rara vez» sobre agresores, o acudiendo a profesionales.
Pérez-Carrillo opina que «es muy complicado que un padre entienda y asuma que el problema está en el propio padre» y por eso, considera que se debe «incidir en el centro escolar, que es el que está obligado a garantizar la seguridad física y psicológica de cualquier alumno mientras está dentro» y se le deben reclamar actuaciones.
Así, incide en la importancia de atajar el problema con «sanciones educativas», ya que tras atender más de medio millar de casos, en la asociación han llegado a la conclusión de que «la expulsión del centro no funciona, puede verse como un premio y facilitar incluso que siga acosando por medios digitales».
«Si se le impone una actividad que le cueste algún esfuerzo, como limpiar el patio o ayudar en guardería, sirve de ejemplo para el resto de los niños y que los observadores del acoso perciban que no hay impunidad, porque de lo contrario, se pondrán del lado del acosador al ver que quien lo hace consigue un rédito», explica.
Eso, en lo que respecta al castigo en sí, porque coincide con Ballesteros en que lo fundamental es la «reeducación», trabajando para que ese menor «aprenda a diferenciar una actitud pasiva de activa, a respetar las reglas y los límites y sobre todo, a entender el daño que puede generar en otro niño para que aumente, mejore o aprenda la empatía» ya que, según afirma, «los niños que acosan no son capaces de saber lo que sufre el otro».
EL ACOSADOR, SI NO SE CORRIGE, TENDRÁ UNA VIDA MUY DIFÍCIL
Esos niños, de persistir en su conducta, «tendrán una vida muy difícil de adultos», tal y como comenta Ballesteros. Reconoce que no hay estudios al respecto, pero advierte de que quien normaliza que la violencia es un medio legítimo y justificable para un fin, seguirá utilizándola en su vida cotidiana maltratando a quienes están a su alrededor.
«Igual, si llega a eso, se convierte en el típico jefe que da puñetazos, asusta y hace llorar a sus empleados. Es ese tipo de personas de patrón ‘A’, que son agresivos y violentos. Quizá dependiendo del devenir de su vida, deje de justificar ese tipo de actos e incluso se convierta en alguien contrario. Puede incluso desarrollar obsesiones porque se arrepienta. La no justificación es la clave. Si se sigue justificando la violencia, la violencia continúa en la vida de la persona», asegura.