Hay quien nunca logra aprender a meditar. Su mente no sintoniza con esa calma inmóvil donde practicar una atención plena, donde adquirir un estado profundo de calma mediante la quietud. Sin embargo, algo tan fácil como empezar a caminar puede dar un giro a sus vidas: se descalzan penas y la mente se libera casi al instante.
Ya hemos hablado aquí de que enfoques tan terapéuticos, como puede ser el Mindfulness, no logra ser útil para todo el mundo. Los adolescentes o incluso personas con una ansiedad elevada o que han sufrido algún tipo de trauma, no terminan de alcanzar ese punto perfecto de relajación donde aprender a ser más conscientes de su mundo interior a través de un estado relajado.
Cuando la mente grita, cuando nuestros pensamientos son obsesivos y llevamos todas nuestras preocupaciones adheridas como una férrea costra sobre nuestro ser, hay una estrategia que casi nunca falla: caminar. En realidad, hay algo mágico en el simple acto de andar. El movimiento de nuestro cuerpo es como el metrónomo que marca un compás, un ritmo perfecto donde tarde o temprano la propia mente queda armonizada formando una misma entidad. Una misma música.
A cada paso el corazón crece, la respiración se vuelve profunda, sonora, el cerebro se oxigena y nuestro ser se expande por esos movimientos repetitivos para hallar su punto de equilibrio. Ahí donde tomar las riendas de la propia vida mediante ese ejercicio físico donde se combina la meditación.
Seguidamente, te ofrecemos más datos sobre el tema. Estamos seguros de que te será de gran utilidad.
Meditar mientras andamos: un medio gratificante para un fin saludable
Cuando un psicólogo decide integrar la atención plena en la psicoterapia no busca convertir a sus clientes en hábiles meditadores espirituales, ni convencerlos de que pasen sus fines de semana en retiros de silencio de línea budista. En absoluto. Es un medio para un fin, una herramienta donde las personas puedan vivir sus vidas con más equilibrio y con una conciencia más amplia.
Ahora bien, lo más complejo de la meditación es que exige responsabilidad y fuerza de voluntad. Si no es fácil aislar el sonido de nuestros entornos y del rugir de las ciudades, aún lo es más acallar la mente. De ahí, que en la actualidad se aplique este nuevo enfoque que podría resumirse en una ilustrativa palabra que procede del sánscrito “apranihita”, caminar sin llegar. Empezar a andar sin tener un destino concreto nos permite más que nunca disfrutar del simple movimiento. Caminamos por el simple placer de caminar.
La mente humana, es casi como ese mono inquieto que va saltando de rama en rama en un viaje caótico, nervioso e improductivo. Casi sin saber cómo acabamos perdidos en nuestros propios laberintos. Sin embargo, si logramos apaciguar ese nerviosismo a través del ritmo de nuestras piernas y de una respiración que se acompasa a cada paso, lograremos hallar ese control consciente de los pensamientos.
Cómo aprender a meditar mientras caminamos
Nuestro paseo debe ser diario y no durar más de media hora. Ahora bien, es necesario que lo hagamos por un espacio natural, tranquilo y que vayamos con un buen calzado y ropa cómoda.
Tu conciencia se habrá ampliado tanto que tu ser formará un todo perfecto, en calma y armonía.
Caminar en un laberinto: la magia de la concentración
Vamos ahora un poco más allá. Imaginemos que en tu caso, ni te es útil el Mindfulness ni logras aprender a meditar mientras caminas. El simple hecho de salir de casa y andar sin un rumbo fijo te distrae, dispersa tu mente y no logras hallar tu punto de equilibrio, tu centro, tu punto de calma.
En este caso podemos iniciarnos en una práctica tan curiosa como antigua en muchas culturas. Hablamos de recorrer un laberinto. Esta práctica ancestral es como visualizar los propios problemas tatuados en el suelo para recorrerlos paso a paso mientras encontramos una salida. Se sabe, que algunas de las formas más tempranas de laberintos se encuentran en Grecia, y que tenían como finalidad hallar un sentido para la propia vida a través de esos circuitos en espiral.
Era otro tipo de meditación que a día de hoy, se sigue practicando en diversos países. Veamos algunos datos más sobre el tema:
Cuando se llega al centro o a la “roseta” del laberinto, la persona debe descansar y meditar unos minutos sobre el trayecto recorrido. El objetivo de este ejercicio no es encontrar la salida a la maraña de nuestros problemas, sino salir fortalecidos por el aprendizaje adquirido durante ese proceso.