La base de todo está en potenciar la comunicación diaria y establecer un nivel óptimo de confianza
Si el problema persiste en el tiempo y no se ha podido solucionar en casa, es recomendable buscar ayuda profesional
No sólo los adultos tienen problemas, los más pequeños y jóvenes de la casa, también se preocupan por sus cosas y pasan, como todos, por baches en su día a día. Su forma de manifestar que algo les preocupa es fundamentalmente, con cambios de actitud y de comportamiento. De modo que si nota que su hijo tiene algún cambio de conducta, probablemente esté disgustado o inquieto por algo.
Muchas veces los padres se preguntan cómo ayudar a sus hijos, cómo saber si les pasa algo, el porqué, por ejemplo, están tan tristes o irascibles: si es por porque están enfadados con algún compañero de clase, porque no han aprobado el control que esperaban etc. Preocupaciones propias de la niñez y adolescencia que pueden inquietar mucho a los chicos.
La solución, en cambio, es mucho más fácil de lo que parece: sólo hay que estar atentos a los que les pasa, hay que estar presentes en su día a día, conocerles, realmente. Saber cómo son.
Según explica a EL MUNDO Montserrat Dolz, jefa del servicio de Psiquiatría y Psicología infantil y juvenil del Hospital Sant Joan de Déu (Barcelona), los padres deben establecer una relación de proximidad y confianza con sus hijos, pues si tú como padre fomentas una relación de confianza, promoverás una relación de confianza con tu hijo: «Es importante estar atento a lo que le pasa, y para ello hay que conocerle bien, saber qué le gusta, qué le pone triste o con qué cosas disfruta», asegura esta especialista.
Dialogar y compartir la cotidianidad
Para conocer a los hijos y mantener con ellos esa relación próxima y de confianza, es fundamental hablar de lo que sucede en el día a día y comentar en familia esas pequeñas cosas que ocurren a diario. Los padres suelen preguntarse por qué sus hijos no le cuentan las cosas, pero es que los hijos también quieren saber de sus padres: si tienen problemas, si se han enfadado con algún compañero en el trabajo, si se lo han pasado bien con sus amigos etc. No sólo son los padres quienes quieren saber de sus hijos.
«Si tú no le cuentas nada a tu hijo, no esperes que él te cuente nada», asegura Dolz. Por supuesto, ese diálogo hay que adaptarlo a la edad del niño. Por ejemplo, un niño de seis años no entenderá que su padre ha tenido algún problema en el trabajo pero un joven de 14 años sí lo hará. Se trata por tanto de hablar, de dialogar acorde a la edad del niño, todos los días mientras se cena o mientras se ve la televisión, la clave es comentar la cotidianidad: «Compartir es la base de la relación, es importante fomentar esa cultura de proximidad», asiente la facultativa.
Es fundamental además propiciar esa relación desde que son pequeños, que vean y que vivan en ese ambiente de diálogo y confianza, es muy bueno generar un buen ambiente familiar. «Así, cuando el niño crezca como un joven adulto habrá interiorizado un modelo positivo de relación», asegura Rosa Collado Carrascosa, especialista en psicoterapia integradora del centro Álava Reyes de Madrid.
Es cierto que por el ritmo de vida que la sociedad demanda muchos padres no pueden estar con sus hijos todo lo que les gustaría, incluso muchos de ellos se sienten culpables por ello. Sin embargo, no se trata de pasar cuánto más tiempo mejor sino de «hacerles saber que son importantes para sus padres, que estos les respetan y que están cuando se les necesita, aunque sea en pequeños momentos del día a día. La base está en potenciar la comunicación y establecer un nivel óptimo de confianza», insiste Collado. Se trata por tanto, de calidad y no tanto de cantidad: «El tiempo de calidad adaptado a las actividades de cada edad. Un niño tendrá más necesidad de jugar o tener la atención de los progenitores, un adolescente buscará más su apoyo y su valoración», añade.
Por otro lado, es importante también educar a los hijos en la cooperación y solidaridad. Según la opinión Felix Notario, miembro de la Asociación de Medicina del Adolescente, uno de los errores más frecuentes de las actuales generaciones de padres, compartido desde la generación de los ahora abuelos, es darse por satisfechos con los hijos, si estos van bien en sus estudios y no tiene conductas problemáticas. «Trabajar la importancia de la cooperación y la solidaridad en la escuela y la comunidad es también central si queremos tener ciudadanos responsables y solidarios que, además serán también más felices», señala este experto.
Atentos a los cambios de conducta
Bajo esa base de confianza y conocimiento, es importante estar atento a cambios. Si por ejemplo, señala Dolz «tu hijo llega siempre silbando a casa y de repente no lo hace, probablemente le pase algo». Es necesario captar los cambios de comportamientos: «Los niños más pequeños no expresan la tristeza como lo expresan los adultos, los pequeños pueden estar tristes y preocupados por algo y en general, no lo manifiestan», añade. Suelen expresarlo, por ejemplo, con el mal humor, irritabilidad o con el enfado.
En el caso de los adolescentes, a ellos lo que más les importa y les preocupan son, entre otros aspectos los relacionados con los cambios físicos y su imagen corporal (que tiene que ver con su identidad y su autoestima); con el despertar sexual y las relaciones amorosas (sentirse queridos y no rechazados; miedo a los embarazos no deseados etc); y con sentirse aceptados en un grupo. «Sentir que no cumplen las expectativas que se tienen sobre ellos (a nivel individual, intelectual o social) o sentirse sumamente exigidos o fuera de lugar o sobreprotegidos o abandonados y poco atendidos, puede generarles mucha tristeza y preocupación en ellos, hasta el punto de afectarles en sus relaciones interpersonales y su cotidianidad», afirma Collado.
Los adolescentes ya sí suelen expresar sus emociones, más parecidas a las de un adulto, pero también en ellos suelen estar muy presentes otros aspectos como por ejemplo, la irritabilidad o la apatía. En este sentido hay que estar más atentos a los cambios de conducta que puedan tener, pues la adolescencia en sí ya es una etapa de cambios, por tanto, algo nos tiene que alertar más de lo común.
Sin embargo, «hay padres que por el hecho de estar en la adolescencia lo excusan todo, y en parte es cierto porque los chicos en la adolescencia cambian su forma y estilo habitual, pero también tenemos que dejar un margen o observar. Es decir, no hay que ponerlo todo en el ‘saco’ de la adolescencia, porque es una época en la que les pueden pasar muchas cosas: desde preocupaciones cotidianas que les pueden generar malestar y preocupación hasta problemas más serios como por ejemplo, enfermedades mentales. No debemos olvidar que la gran mayoría de las enfermedades mentales empiezan en la adolescencia aunque la mayoría se diagnostica en la edad adulta», expone Dolz.
Cómo ayudarle en sus problemas
Una vez que sabemos que el chico está preocupado por algo, lo primero que hay que hacer es dejar que lo solucione él sólo, especialmente en el caso de los adolescentes, con la ayuda y el consejo de sus padres, pero sin que sean los padres quienes le solucionen el problema, sobre todo en los adolescentes. «Hay que estar ahí, pero tampoco los padres lo tienen que solucionar siempre todo», aclara Dolz.
Por ejemplo, si tu hijo adolescente tiene un problema escolar con las notas o algún enfado puntual con algún amigo y tú le ves que lo está pasando mal, que no está como siempre, primero él tiene que encontrar sus herramientas para solucionar su problema. Es decir, «no hay que buscar la ayuda profesional para todo porque si no creamos adolescentes inválidos. Eso sí, debemos como padres, acompañarlo y aconsejarle», insiste.
En segundo lugar, si ha pasado un tiempo razonable y el problema aún no se ha solucionado, y el adolescente sigue teniendo mucho malestar (la clave está sobre todo en el nivel de malestar) es recomendable buscar ayuda profesional. Por ejemplo, si el chico no puede dormir o está angustiado, si está cambiando hábitos de su vida cotidiana porque es una situación que le puede, entonces merece la pena consultar a un especialista para ver qué está ocurriendo.
Pero sin duda, «el mejor enfoque es darle soluciones a su nivel, es decir, sin ‘psicologizar’ todo, buscar la solución a lo que sucede, y si la cosa no va bien y se prolonga en el tiempo, entonces es mejor acudir a un profesional con toda libertad y confianza», concluye Dolz.