Espanto a la oscuridad, pavor a los animales, terror nocturno, temor a quedarse a solo, pánico a los fantasmas… Todos son miedos frecuentes de la infancia, y es normal que aparezcan, pero el peligro reside en que se cronifiquen porque los padres no han sabido actuar ni dar las herramientas adecuadas a sus hijos para enfrentarse a ellos.
Según los especialistas cuando hablamos de miedo en la infancia, entre el 30% y el 50% de los niños presentan uno o varios, más o menos intensos. Con estos porcentajes tan elevados es muy común en la clínica infantil tratar niños con miedos desproporcionados, con altos niveles de ansiedad e inseguridad que interfieren en su vida cotidiana.
Diversos estudios relacionan el estilo de educación sobreprotectora con el menor desarrollo de competencias emocionales en los niños y una mayor prevalencia de temores e inseguridades.
El IX Congreso Internacional y XIV Nacional de Psicología Clínica, que se celebra del 17 al 20 de noviembre en Santander con más de de 1.000 participantes de casi 30 países de todo el mundo, se ocupará de este y otras temas como la depresión, la violencia en redes sociales, el insomnio, las alteraciones emocionales en adolescentes, los trastornos de ansiedad o los de alimentación.
EFEsalud ha hablado con Raúl Quevedo-Blasco, del Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento de la Universidad de Granada para conocer más de cerca el miedo infantil, así como con el presidente de la Asociación Española de Piscología Conductual, Gualberto Buela- Casal, responsable del Congreso, para tratar el tema de la depresión en niños y adultos.
Sostiene el profesor Quevedo -Blasco que la educación sobreprotectora de los padres es uno de los motivos más frecuentes de por qué los miedos en los niños aparecen o persisten.
Los temores son más frecuentes cuanto más pequeños son los niños, básicamente porque tienen menos estrategias de afrontamiento y verificación de la realidad. Todo aquello que se percibe como real y controlado generalmente no suele dar susto.
El pavor a la oscuridad y los monstruos siempre ha existido, y los miedos debidos a la sobreprotección son temores más relacionados a la novedad, por ejemplo a las personas desconocidas.
Para todos ellos, defiende el psicólogo, hay que establecer pautas previas, especialmente dirigidas a que los temores no vayan a más y especialmente a evitar que se cronifiquen y que luego ya sea demasiado tarde.
”Lo que hay que hacer es intentar tranquilizar al niño, estar con él para que gradualmente sea capaz de dormir solo en su habitación y que rompa con sus terrores, para que su autonomía se inicie cuanto antes, brindándole estrategias para afrontar sus recelos y para aumentar su seguridad”.
La depresión
En general, y de acuerdo con Buela-Casal, la depresión infanto-juvenil suele ser más contextual, más ligada a procesos de socialización: no sentirse queridos por los familiares, sentirse rechazado por los compañeros (especialmente los compañeros que aprecian), algunos complejos por sus características físicas, o por ser víctimas de acoso escolar (bullying) y otras situaciones que van apareciendo en ese proceso de socialización.
En cambio, en la etapa adulta, quitando los casos de duelos por pérdidas de seres queridos, los trastornos afectivos parecen más ‘incubarse’ y suelen ser la consecuencia final de procesos de estrés crónico, de una serie de reveses que pueden coincidir en el tiempo, la progresiva sensación de que no nos gusta nuestra vida (crisis vital), la idea de que ya no lograremos determinadas metas… todo ello en personas vulnerables, personas que pueden tener una disposición (por su manera de pensar y de sentir) a deprimirse”.
En cuanto al género, y de acuerdo con Buela- Casal, la idea de que la depresión es un trastorno más típicamente femenino va perdiendo apoyo en los datos.,
Sin negar el papel de la biología, lo cierto es que estos datos nos están indicando que seguramente el ambiente (laboral, social, cultural, valores…) están jugando un papel más decisivo que el sexo.
Por lo demás, concluye el especialista, es probable también que los hombres se hayan ido decidiendo a reconocer que se deprimen, porque las tasas entre las mujeres no ha disminuido.
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