La tarea de ser papá no es nada fácil, lo sabemos todos. Algunas veces nuestros hijos sacan lo mejor de nosotros, pero otras sacan lo peor. Por momentos podemos perder la paciencia pero debemos ser cuidadosos y no actuar de manera reactiva, ya que, si los agredimos, ya sea con gritos, insultos o maltrato físico, los haremos sentir mal consigo mismos y provocaremos su resentimiento.
En cambio, si logramos establecer una buena comunicación con ellos y nos esforzamos por instaurar una disciplina sin agresión, basada en el respeto y de manera afectuosa, les estaremos enseñando a comportarse y a desarrollarse de una forma sana e independiente. Sentirán que son escuchados y valorados. Esos son solo algunos de los principios en los que se basa la crianza positiva, una metodología desarrollada en 1920 por Alfred Adler y Rudolf Dreikurs, enfocada a enseñar a los niños a convertirse en personas responsables y respetuosas.
Cuando un hijo se porta mal, tenemos dos opciones como papás: enojarnos con él, gritarle, insultarlo y hasta agredirlo físicamente; o bien, reaccionar con calma, haciendo un esfuerzo por comprender las causas de ese comportamiento e intentando establecer una comunicación efectiva para lograr una disciplina positiva. Este concepto no implica el castigo, sino enseñar a tu hijo a comportarse. Las nalgadas o cualquier otro tipo de golpe pueden traer consigo una aparente solución a corto plazo, sin embargo, tu hijo estará corrigiendo su actitud por miedo a que vuelvas a agredirlo, no porque le hayas dado motivos para controlarse a sí mismo que le resulten convincentes. En pocas palabras, ese tipo de disciplina, a la larga, no va a hacer de tu hijo una mejor persona.
¿Cómo funciona a disciplina positiva?
La disciplina positiva no significa ser excesivamente estrictos ni tampoco permisivos. Se trata de poner límites para que nuestros hijos aprendan a ser autodisciplinados; es decir, para que sean capaces de ponerse límites a sí mismos, entendiendo que es lo mejor para sí mismos y para su relación con los demás.
Por otro lado, este tipo de disciplina les da seguridad y genera fuertes vínculos familiares, pues surge a partir de relaciones amorosas, en las que se pone en práctica la comprensión y la empatía.
¿Qué límites debemos poner?
En primer lugar, aquellos que propicien tu seguridad y la de ellos. Esos simplemente no son negociables, solo van cambiando conforme tus hijos crezcan, así que debes asegurarte de que vayan acordes a su edad. Se trata de responder a las necesidades de desarrollo de cada niño.
Evita intentar poner límites innecesarios. Siempre que los que pongas, que sea con cariño y pensando en que puedan fortalecer la relación. Cada persona es diferente, así que cada uno puede necesitar reglas distintas.
Los niños criados con apego se enojan menos y desarrollan antes el sentido de la responsabilidad. Según van creciendo, muestran más cooperación con los papás, se llevan mejor con sus compañeros, aprenden más rápido en la escuela, tienen una mayor autoestima y son más resistentes al estrés. En cambio, una disciplina que se impone de manera autoritaria, propicia que el niño no quiera colaborar y se muestra rebelde; o bien, que se vuelva hábil para ocultar su mala conducta, con tal de no hacerse acreedor al castigo.
Hijos de una educación autoritaria
A veces puede resultar difícil que los padres se controlen, pero una paternidad autoritaria perjudica el desarrollo emocional de los niños. No aprenden a autorregularse sino que se resisten a asumir responsabilidades. Rechazan ese límite porque se sienten mal si se les dicen las cosas de mala manera. Responden a él por miedo, porque se sienten intimidados. Obedecen pero no piensan por sí mismos. Lo más probable es que de adultos no cuestionen a la autoridad cuando deberían. Los niños criados de forma autoritaria son más propensos a la ira, a la depresión y a la rebeldía. Una crianza demasiado exigente deteriora la relación entre padres e hijos.
Hijos de unos padres permisivos
Con tal de no provocar un berrinche, algunos padres prefieren no establecer límites y terminan siendo demasiado permisivos con sus hijos, lo que repercute de forma negativa, ya que los niños no aprenden a tolerar la frustración, la decepción y la tristeza. Salirse siempre con la suya puede dificultar la creación de amistades, ya que tienden a volverse egocéntricos.
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