Con frecuencia decimos que somos producto de aquello que pensamos, pero… ¿alguna vez hemos considerado el peso que tiene la forma en que nos relacionamos en nuestro desarrollo personal o como colectividad?
Si observamos situaciones de nuestra vida cotidiana seguramente encontraremos un grupo de personas cercanas a nosotros, con las que interactuamos a menudo siguiendo distintos niveles de confianza. Si bien, la diferencia radica en que mientras que con algunas personas nos sentimos cómodos y confiados, existen otras por el contrario con las que no somos capaces ser nosotros mismos, con las que nos es más difícil expresarnos o con las que nos sentimos frágiles, inseguros y, a veces, hasta poco respetados.
¿Pero por qué sucede esto? ¿Por qué con algunas personas no somos capaces de relacionarnos de la manera en que deseamos? La respuesta es porque hemos enfocado de manera errónea nuestra conducta hacia ellas. Es decir, en la misma línea como sugiere la autora Olga Castanyer, “el que una interacción nos resulte satisfactoria depende de que nos sintamos valorados y respetados, y esto, a su vez, no depende tanto del otro, sino de que poseamos una serie de habilidades para responder correctamente y una serie de convicciones o esquemas mentales que nos hagan sentirnos bien con nosotros mismos”.
En definitiva, se trataría de poseer (o de aprender en según qué casos) un modelo de relación que nos resulte válido y beneficioso para interactuar con el resto de personas, pero sobre todo con nosotros mismos. Aunque como ya hemos adelantado, esto no siempre sucede… y es por eso que podemos diferenciar, en un plano teórico, tres modelos distintos de relación: sumisa, agresiva y asertiva.
Desde este modelo nos encontramos a personas que a la hora de relacionarse no son capaces de defender sus propios derechos e intereses. Es decir, respetan a los demás pero no a sí mismas por miedo a ofender, enfadar o generar un conflicto. Tienen la necesidad de ser aceptadas y reconocidos por todas. Esta conducta es motivada por patrones de pensamiento como: “es necesario ser querido y apreciado por todo el mundo” o “lo que yo sienta, piense o desee, no importa; importa lo que tú sientas, pienses o desees”, por lo que las emociones y sentimientos que acompañan a este pensamiento son de culpabilidad, frustración, ansiedad y baja autoestima…
La agresiva se rige por la defensa en exceso de los propios derechos e intereses personales, sin tener en cuenta los de los demás o careciendo de habilidades para afrontar determinadas situaciones. Las personas que actúan bajo este modelo lo sitúan todo en términos de ganar o perder, sintiendo emociones como ansiedad, falta de control, enfados constantes y una baja autoestima que les lleva a defenderse constantemente de los demás. También esta conducta se asocia a patrones de pensamiento como son “ahora sólo importo yo, lo que tú piensas o sientas no me interesa”; “hay gente mala que merece ser castigada” o “es horrible que las cosas no salgan como a mí me gustaría que saliesen”…
Es el modelo más deseable. La persona que actúa asertivamente se define como aquella que sabe defender sus derechos e intereses, sin dejar de respetar los del resto. Es decir, son personas que prefieren llegar a un acuerdo antes que ganar cualquier tipo de conflicto. Son aquellas que se conocen a sí mismas y creen en unos derechos para sí como para el resto, además de poseer autocontrol emocional y una buena autoestima.
Algunas de las habilidades que diferencian a la persona asertiva son:
No obstante, y una vez conocidos estos modelos, debemos tener en cuenta que raramente (puesto que estamos hablando de abstracciones), se hallará una persona que reúna todas las características del modelo asertivo o de los dos anteriores. Como también es cierto que si deseamos estar más satisfechos y satisfechas con nuestras relaciones conviene que revisemos algunos de estos modelos y que comencemos a valorar el poder de la asertividad. Pues, en resumen, si elegimos ser asertivos o asertivas debemos tener en cuenta que el respeto y la valoración debe comenzar por nosotros mismos, y sólo así el resto puede empezar a hacer lo mismo.