Todos hemos pasado por situaciones que nos han generado tal malestar que lo único que queríamos hacer cuando nos encontrábamos en ellas era escapar. Explicaremos por qué esta evitación, que puede parecer a priori el mejor mecanismo de defensa, es especialmente perjudicial para nosotros, sobre todo a largo plazo.
Además, no solo hablaremos de los perjuicios que ocasiona esta forma de afrontamiento, sino que también veremos por qué conductas es recomendable sustituir a las de evitación. Unas conductas de evitación que lo único que buscan es alejar la posibilidad de exposición a la situación que es percibida como desagradable o, incluso, dolorosa.
Cuando nos encontramos con situaciones que valoramos como amenazantes, cada persona presenta una serie de estrategias de afrontamiento para hacerles frente. Éstas se van configurando e instalando en nosotros a lo largo de la vida. Si se muestran útiles en determinadas condiciones, tenderemos a aumentar su frecuencia de uso e incluso a adaptarlas a nuevos problemas en los que en principio esa estrategia no parece la más adecuada. Por contrario, si parecen ineficaces tenderemos a eliminarlas de nuestro repertorio.
En base a esto, existen distintos tipos de estrategias que se pueden poner en marcha. Una de ellas sería la evitación y dentro de la evitación podemos distinguir entre la evitación por anticipación y la huida. En el primer caso, anticipamos una situación desagradable y hacemos todo lo posible por alejarnos de ella. En el segundo caso, ya estamos inmersos en una situación desagradable y centramos todas nuestras energías en intentar escapar de ella.
Cuando es posible, las conductas de evitación tienen la virtud de restaurar la calma. A corto plazo, cuentan con este reforzador, que en muchos casos es muy potente: el alivio inmediato de esos sentimientos desagradables. Así, las personas van a seguir poniendo en marcha esta estrategia cada vez que pase algo que les haga sentir mal. De esta forma, van a evitar cada vez más situaciones en los distintos ámbitos en los que se encuentren, haciendo que sus vidas cada vez estén más condicionadas por el miedo.
Tanto es así, que esta manera de afrontar las situaciones se tiene muy en cuenta a la hora de tratar distintos trastornos emocionales. Si este comportamiento se modifica, va a favorecer de forma notable la recuperación del bienestar psicológico.
Entonces, si a la larga utilizar la evitación de lo que nos produce malestar en realidad nos perjudica, ¿qué podemos hacer nosotros? ¿Acaso debemos abandonarnos al sufrimiento? No, ya que existen otras formas de hacer frente a la situación y que no terminen constituyendo una seria limitación para nuestras vidas.
Folkman y sus colaboradores (1986) realizaron una clasificación de los distintos tipos de afrontamiento:
De esto se desprende que no solo es malo actuar de forma evitativa, si no que tampoco serían adecuadas otro tipo de estrategias. La confrontación hostil y agresiva sería un ejemplo de ello.
Sin embargo, un distanciamiento que nos permita autocontrolarnos, reevaluar la situación de forma positiva, planificar las acciones que vamos a llevar a cabo y buscar apoyo social (sin llegar a depender de los demás para todo), puede ser beneficioso. Claro está, siempre que no tengamos que actuar de manera rápida.
Como vemos, se trata más bien de utilizar las diferentes estrategias que tenemos a nuestro alcance con inteligencia. Así, evitar determinadas situaciones puede ser una estrategia prudente, pero no podemos ir por la vida saltando charcos cuando llueve a menudo. De hecho, si insistimos en esta estrategia saltarina terminaremos inmovilizados en un lugar, rezando para que no se concentre el agua en el pequeño espacio que ocupamos y sin haber aprendido nada por el camino.
Por el contrario, si insistimos en desarrollar formas de afrontamiento en las que no esquivemos lo retos, desarrollaremos el sentimiento de autoeficacia que aparece cuando realizamos las cosas bien. Por tanto, nuestra autoestima se verá también beneficiada.