El estrés infantil es un problema que podría ir en aumento si como papás no buscamos alternativas saludables para llevar un estilo de vida que permita a nuestros hijos encontrar un equilibrio y evitar repercusiones en su estado emocional, cognitivo y físico.
Para hablar de estrés es necesario entender que existe el llamado “estrés positivo”, un estímulo que nos mueve a responder de forma favorable a los desafíos. Pero también existe el “estrés negativo”, y es éste el que puede derivar en una crisis de ansiedad. De ahí que sea fundamental encontrar un equilibrio.
Si entendemos que el estrés es lo que sentimos cuando nos encontramos en una situación amenazante y de la que desconocemos las consecuencias, descubriremos que respondemos de acuerdo con vivencias previas. En ese caso, los niños podrían enfrentarse a niveles más altos de estrés ante situaciones nuevas, debido a que no tienen la experiencia del adulto.
Aunque el estrés es parte del desarrollo de los niños, es importante dotarlos desde la primera infancia de técnicas para afrontarlo y equilibrarlo, de forma tal, que no afecte su salud ni su aprendizaje, algo que depende tanto de los padres como de las instituciones educativas.
Los altos niveles de estrés en los niños tienen consecuencias físicas y emocionales, por lo que es recomendable observarlos para identificar problemas de este tipo y autoanalizarnos con el fin de descartar que estemos fungiendo como factor detonante de este estrés en nuestros propios hijos.
El reto como padres es convertirnos en un ejemplo de buenos hábitos, que nos lleven a una vida más ordenada. Debemos vigilar su descanso y alimentación de acuerdo con su edad y su nivel de desarrollo, manteniendo una comunicación constante y alimentando siempre su confianza.
Las repercusiones físicas del estrés en los menores se refleja en problemas como dolor de cabeza, resfriados frecuentes, irritabilidad, tristeza, enojo, problemas para dormir, terrores nocturnos, retroceso en las conductas madurativas y hábitos nerviosos como morderse las uñas o chuparse el dedo. En cuanto a signos emocionales puede presentarse el cambio drástico de humor, incapacidad para relajarse, comportamiento agresivo o violento, miedo a la oscuridad, a estar solo o retroceso en sus etapas de desarrollo.
Un factor importante del grado de estrés que sufre un niño, tiene que ver también con su personalidad. De ahí que situaciones como una pequeña modificación en su rutina, el cambio de escuela y asuntos más complicados como el divorcio de los padres o la pérdida de un ser querido, pueden afectar de manera diferente a cada niño.
¿Cómo ayudar a nuestros hijos?
Si bien las nuevas experiencias son parte de la vida, como medidas para evitar el estrés o afrontarlo es necesario mantener una comunicación constante con el niño para informarle -con la debida anticipación- sobre algún cambio y explicarle, de acuerdo con su edad, las consecuencias que eso significará. Mostrar apertura para escuchar sus puntos de vista, sus inquietudes, sus miedos y temores. Esto también es importante para fortalecer su autoestima y alimentar su confianza.
Es aconsejable que el canal de comunicación basado en la confianza jamás se encuentre cerrado, por lo que es importante invitarle constantemente, a través del diálogo o mediante el juego, a exteriorizar sus dudas y sus sentimientos.
La idea es evitar aquellas situaciones en las que el estrés constante influye en el desarrollo pleno del niño, por lo que el primer paso es el autoanálisis del adulto a su cargo para descartar que exista ya un problema de comunicación y, en caso necesario, hacerle frente buscando la asesoría de un especialista.