Los problemas de comportamiento infantil son un hecho cotidiano, que está alcanzando cotas crecientes de interés y atención en nuestra sociedad. Las familias están cada vez más sensibilizadas acerca de los problemas de conducta en los niños, como, por ejemplo, el fracaso escolar, el comportamiento agresivo, la desobediencia, los problemas de alimentación, de aprendizaje, etc. Como dato adicional, es un hecho bien reconocido que los problemas de comportamiento perturbador en la adolescencia y en la juventud, así como las conductas agresivas y delictivas, se han incrementado notablemente en estos últimos años, provocando una gran preocupación social por cómo revertir esta tendencia. El origen de estos graves desajustes puede encontrarse muchas veces en un desarrollo psicosocial deficiente, producto de unas pautas educativas desajustadas y una mayor disponibilidad y accesibilidad a modelos inadecuados. Estos factores promueven el mantenimiento o incremento de comportamientos disruptivos, en sus orígenes quizás normales, y que en ciertos casos pueden alcanzar gran gravedad. De esta forma, el interés por la prevención de los comportamientos infantiles en las distintas etapas del desarrollo, han adquirido en nuestros días una entidad más que suficiente para empezar a considerarse áreas prioritarias de investigación e intervención, tanto desde el punto de vista individual como comunitario.

El comportamiento normal en los niños depende de la edad, de la personalidad y del desarrollo físico y emocional del menor. En ciertos casos, el comportamiento de un niño puede ser considerado un problema si no cumple con las expectativas de la familia o si causa problemas de convivencia en ella. El comportamiento normal o adecuado usualmente está determinado por el punto de vista social, cultural y del desarrollo que se adopte, siendo normal la aparición de brotes de comportamiento disruptivo en ciertas fases del desarrollo infantil. Estas conductas perturbadoras pueden variar mucho en la cualidad e intensidad. Conocer, por tanto, qué se puede esperar del niño en cada edad ayudará a determinar cuándo un comportamiento no es normal y hasta qué punto necesita una intervención orientada por un profesional. No es posible llegar a entender el comportamiento desajustado del niño si no conocemos bien el desarrollo psicológico infantil. El punto de referencia de la normalidad es siempre imprescindible para calificar una posible anormalidad, pero en el caso de los niños, además, ambos desarrollos (el normal y el anormal) establecen una intensa e intricada relación, de tal forma que puede resultar difícil diferenciar cuando termina uno y cuando empieza el otro. Las posibles anormalidades o desadaptaciones que podamos encontrar en el comportamiento infantil suelen estar enraizadas en el desarrollo normal del niño, el cuál pasa por la emisión de conductas interferentes y perturbadoras diversas y en distintas etapas de su crecimiento que debe ser corregidas (reducidas, moldeadas o eliminadas), reforzando a su vez el desarrollo de habilidades y competencias intelectuales, emocionales, sociales y personales que vaya favoreciendo la adaptación del niño al entorno.

Los niños al nacer no son simplemente hojas en blanco. Llegan al mundo con diferencias constitucionales bien definidas, tanto enrasgos físicos como temperamento. Estas diferencias individuales van a influir en sus posibilidades de adaptación al medio y en la relación que los demás establezcan con ellos. La identificación precoz de trastornos leves del comportamiento, así como la aceptación de estos hechos por parte de los padres, son cruciales a fin de elaborar un plan de acción para resolverlos a tiempo y evitar futuros desajustes sociales que, en casos extremos, pueden conducir hasta la delincuencia.

El desarrollo normal en el humano requiere ineludiblemente de la puesta en marcha de técnicas y estrategias encaminadas a la eliminación o control de las conductas no adaptativas y al fomento de las adaptativas. Identificar que un comportamiento violento en el niño puede ser normal en ciertas fases de su desarrollo no implica el no poner en marcha estrategias de control, otra cosa es la pericia del profesional o la habilidad de los padres a la hora de generar formas de intervención más o menos adecuadas a cada niño y momento. Los comportamientos disruptivos no suelen desaparecer si no se promueven las contingencias ambientales oportunas.