La ansiedad es una emoción propia de todas las personas, que consiste en una activación del sistema nervioso autónomo ante estímulos que pueden suponer una amenaza. Posee por tanto un carácter adaptativo, puesto que ayuda a la supervivencia activando los recursos del organismo. La ansiedad se convierte en problemática cuando alcanza una intensidad demasiado elevada o aparece en situaciones donde no hay motivo de alarma real, por lo que pierde su valor adaptativo, provocando malestar y un anómalo funcionamiento del individuo.
Los niños y adolescentes, al igual que los adultos, pueden manifestar un trastorno de ansiedad. Determinados sucesos, como el comienzo del colegio, el nacimiento de un hermano, la pérdida de un familiar o un cambio de casa, pueden precipitar la aparición del problema. Algunos trastornos son más frecuentes en la infancia que otros, por ejemplo, la ansiedad generalizada. Otros son problemas específicos a una edad determinada, como la ansiedad cuando el niño se separa de los padres o de otras figuras de apego.
A pesar de compartir muchas similitudes con la ansiedad con la ansiedad en adulto, la reacción del niño a los síntomas difiere significativamente de éstos. Las consecuencias negativas de la ansiedad infantil pueden afectar más que en la vida adulta, dado que pueden interferir con el proceso de crecimiento y maduración en el que se encuentra el niño. Además, las repercusiones inciden en el ámbito social, escolar, personal y familiar del niño, y pueden evolucionar hacia patología más severas.