El trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) representa un importante problema social por su alta incidencia en la población infantil y juvenil, así como por las consecuencias psicológicas que genera.

Además de las dificultades que sufre el propio afectado, el TDAH repercute directamente en la familia. Los padres viven la difícil tarea de educar a sus hijos hiperactivos sin obtener la satisfacción de verles crecer sin dificultades excesivas. Los padres suelen sentirse desmoralizados al no conseguir de sus hijos el aprendizaje de pautas de convivencia adecuadas ni un rendimiento escolar mínimamente satisfactorio.

A su vez, los profesores de los niños hiperactivos experimentan un estrés adicional porque no encuentran un método de enseñanza eficaz para las conductas académicas y sociales en el aula.

De este modo, el sentimiento de fracaso de los padres y de los profesores en la consecución de sus objetivos con los niños hiperactivos genera en estos un déficit de autoestima y un agravamiento de sus conductas.

Según el DSM-IV-TR, el TDAH aparece en los primeros años de la infancia y se caracteriza por la presencia de tres síntomas fundamentales: el déficit de atención, la impulsividad y la hiperactividad. El trastorno puede cambiar en el transcurso evolutivo. En los primeros años la hiperactividad y la inatención son los síntomas prioritarios. Pero a medida que se llega a la adolescencia, la hiperactividad decrece, la inatención se mantiene y aumentan las conductas de impulsividad.

Todo ello está ligado a un retraso en la inhibición de la conducta, lo que lleva a un déficit de autocontrol y de regulación de las emociones, así como a dificultades en la interiorización de las instrucciones externas y en la planificación y organización de la conducta que, a su vez, agravan el cuadro clínico. Es decir, la alteración de estas funciones cognitivas básicas propicia la aparición de las conductas impulsivas y desorganizadas, así como unas conductas rígidas y poco adaptativas y unas expectativas altas de fracaso en las tareas requeridas.

Por tanto, el TDAH, más allá de un conjunto de síntomas, supone un problema global en la vida del niño, repercute en el rendimiento académico y afecta a sus juegos y a sus relaciones familiares.