Desde que Leo Kanner definió el Autismo en 1943 este trastorno se nos ha presentado lleno de interrogantes acerca de su origen y de su naturaleza, calificándose en numerosas ocasiones como un trastorno enigmático. Enigmático, porque es difícil poder explicar, para las actuales teorías del desarrollo, un patrón evolutivo tan atípico y disarmónico, que se caracteriza por la presencia de alteraciones cualitativas en capacidades psicológicas que tienen que ver con el comprender al otro, con la interacción y con la comunicación; coexistiendo con capacidad que están bien desarrolladas.

La situación se hace más compleja cuando se observa la gran variabilidad con la que se manifiestan esas alteraciones. En relación a la interacción social, podemos encontrar desde personas que no tienen ninguna inatención de relación hasta aquellas otras que tienen interés por los demás pero que encuentran serias dificultades debido a su falta de empatía y de conocimiento de las reglas que regulan las interacciones sociales. Lo mismo ocurre con la comunicación y el lenguaje, la variada sintomatología autista se puede manifestar desde la incomunicación absoluta que observamos en aquellos que no tienen ninguna intención comunicativa, hasta aquellos otros que adquieren el lenguaje pero que encuentran dificultades en su uso (no entienden el doble sentido, la ironía, etc.). También las importantes alteraciones que existen en el comportamiento se manifiestan de manera muy diferente, desde el predominio de conductas estereotipadas y rituales que vemos en algunos chicos o adultos, hasta manifestaciones de inflexibilidad como son las ideas obsesivas, rígidas y perseverantes que caracterizan el comportamiento de otros.

Al tratarse, además, de un trastorno del desarrollo que acompaña al individuo a lo largo de toda su vida, esas manifestaciones cambian en la persona de un momento evolutivo a otro.