El consumo de alcohol es la sustancia psicoactiva que acarrea mayor número de problemas personales, sociales y sanitarios en España. El síndrome de dependencia alcohólica, la dependencia de alcohol, el alcoholismo, ha sido considerado como un trastorno progresivo. El consumo de bebidas alcohólicas se inicia en la adolescencia y progresa lentamente, llegando a constituirse en un problema hacia la mitad o al final de los veinte años. Para llegar a ser un adicto se requiere habitualmente un patrón de gran bebedor y muy reiterativo, y esto se desarrolla de un modo característico durante unos años. Hoy hay excepciones en el nuevo patrón del beber concentrado que puede acelerar la aparición de la dependencia del alcohol en personas jóvenes. Los alcohólicos pueden comenzar a serlo a una edad avanzada, sin haber tenido previamente problemas de abuso o dependencia del alcohol, dándose más este fenómeno en mujeres que en varones mayores, cuando en edades tempranas es a la inversa.
Una exposición crónica al alcohol produce dependencia física. Cuando alguien ha estado bebiendo durante un largo periodo de tiempo y luego deja de hacerlo de repente, el síndrome de abstinencia se alivian instantáneamente con el alcohol, las benzodiacepinas o los barbitúricos. De igual manera, el síndrome de abstinencia causado por la exposición crónica a las benzodiacepinas se alivia con el alcohol.
En el ámbito laboral, el consumo abusivo de alcohol acarrea accidentes, absentismo, menor rendimiento, problemática en el trabajo, cargas sociales, inadaptación, mortalidad y suicidio. Dentro de la problemática psiquiátrica y psicológica se ha estudiado las repercusiones a escala familiar y en las relaciones familiares, el estrés, la personalidad previa del alcohólico, las clasificaciones del alcoholismo, los diagnósticos duales, etc., aparte de todo el tratamiento psicológico y psiquiátrico para que abandonen la bebida.
De ellos, destaca el que la familia del alcohólico sufre directamente las graves consecuencias del alcoholismo a través de relaciones conflictiva con la pareja, agresividad en las relaciones familiares y las posibles repercusiones en los hijos, etc. Que se pueden graduar en cuatro niveles: desajuste familiar, separación conyugal, disgregación familiar y degradación familiar. Por ejemplo, una tercera parte de la violencia contra la pareja se produce cuando el agresor ha bebido (Guardia, 2011).