En las últimas décadas los conflictos entre escolares se han convertido en una preocupación social a nivel mundial. La necesidad de formar ciudadanos y ciudadanas de pleno derecho, capaces de comprenderse a sí mismos y a los demás para tener una buena vida en común, se ha convertido en una prioridad social que la escuela como institución debe desarrollar.
Garantizar el desarrollo de las personas con el mayor respeto posible a su dignidad es ya una meta de nuestro sistema educativo, que es contemplada como un logro concreto bajo la competencia social y ciudadana. Así, las iniciativas de mejora propuestas dentro de los planes de convivencia de los centros educativos, basándose en las aportaciones científicas, afrontan los problemas derivados de la convivencia entre escolares. Entre ellos, sin duda el acoso escolar o bullying pero también el ciberacoso son los fenómenos que mayor impacto social están suscitando debido al incremento de noticias que aparecen en los medios de comunicación.
La investigación científica se ha encargado de estudiar el bullying, desde la década de los 70, y más recientemente, con los avances tecnológicos que facilitan la comunicación, el cyberbullying considerándolos más como dinámicas de relaciones interpersonales que como conductas puntuales. El bullying escolar se despliega en el marco de un sistema estable de relaciones en el que uno o varios escolares ejercen su poder social, físico o psicológico hacia una víctima que difícilmente puede defenderse por sí misma. No se trata pues de simples comportamientos de agresión sino de conductas intencionales y repetidas en el tiempo y que acontecen en el marco de las redes interpersonales. Intencionalidad, repetición y desequilibrio de poder e inmoralidad de la conducta (Ortega, 2010) son componentes tanto del acoso como del ciberacoso, pero este último además puede ser anónimo y con el agravante de la publicidad. En ambos fenómenos pueden distinguirse distintos roles o funciones entre los alumnos y alumnas que participan de ellos. Así, la víctima lo es porque un escolar, o un grupo, decide actuar contra ella: es el agresor o agresores. Pero normalmente estos no actúan en solitario y otros escolares lo saben, los espectadores.
No podemos entender las conductas de bullying y cyberbullying sin considerar las características individuales y los factores de contexto que determinarán la probabilidad de que los escolares se vean envueltos en problemas de acoso. La calidad de las relaciones interpersonales entre los iguales, las normas del contexto escolar, la disruptividad y otras variables personales como el género y la autoestima son factores de riesgo para estar implicado. Cabría preguntarse entonces ¿cómo actúan estas variables en el acoso cara a cara y en el ciberacoso?
Los hallazgos de los estudios revelan que el déficit en el ajuste entre los iguales es un factor que aumentaría el riesgo de estar implicado en bullying pero no en cyberbullying, lo que supone que la percepción de los estudiantes sobre las relaciones que se establecen en el ciberespacio podrían estar mediadas por el anonimato que este medio permite.
La percepción de disruptividad y conflictividad del centro es otro de los factores que incrementan la posibilidad de ser víctimas o víctimas agresivas en el acoso cara a cara. Además, estar poco ajustados a las normas de contexto también sería un factor de riesgo para las víctimas y agresores del acoso vía cibernética. La influencia de estos factores apoya la importancia que juega el contexto educativo pero en diferente sentido, lo que podría explicar que los comportamientos en los fenómenos estarían asociados con la propia responsabilidad individual. Todo ello supone que no podemos entender los fenómenos del acoso y el ciberacoso sin registrar el papel de la interacción y el contexto social directo en el cual acontecen. Por otro lado, evidentemente también los factores personales tienen un peso importante.
Los hallazgos indican que tanto la autoestima negativa como positiva son factores predictivos, lo que nos lleva a considerar la autoestima como un rasgo de la personalidad poco estable que depende básicamente de la hetero-estima, lo cual nos permite relacionarlo directamente con los procesos interactivos en el interior del grupo de iguales. En definitiva, considerarla más como un factor del contexto directo que podría explicar la necesidad de aceptación social, lo cual podría ser interpretado desde las perspectivas que identifican a los agresores de bullying como escolares no ajustados en las relaciones con sus iguales. En cyberbullying, tener una autoestima negativa se convierte en un factor de riesgo para las cibervíctimas, que quizás sufren en silencio y en el anonimato la agresión.
Ser chico también es un predictor en bullying para víctimas, agresores y agresores victimizados, lo que ha sido señalado por la mayoría de las investigaciones en este campo. En cambio, en el cyberbullying, ser chico es un factor de riesgo solo para los agresores.
En los estudios se concluye señalando la influencia tanto de las características personales como de las condiciones contextuales y ambientales en ambos fenómenos. Sin embargo, los factores de contexto directo de iguales tienen un mayor peso explicativo en el acoso cara a cara. En el ciberacoso son las variables personales las que adquieren un mayor protagonismo, aunque es un fenómeno que no se desliga de lo que ocurre en el contexto social directo, que son las relaciones entre los iguales, las relaciones cara a cara de los escolares.