En los grupos de chicos que intentan ejercer o ejercen violencia contra una chica en una relación de pareja hay intentos de control y dominio que, unidos a la justificación de este dominio y sumisión, siguen los patrones de la violencia de género.
Así lo revela un estudio de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) que ha contado con la participación de 4.147 jóvenes escolarizados en centros educativos españoles de entre 14 y 18 años.
“La frecuencia de estos intentos de control y dominio aumenta cuando también lo hace la gravedad y asiduidad de la violencia”, afirma María José Díaz-Aguado, investigadora de la facultad de Psicología de la UCM y coautora del estudio, publicado en Journal of Interpersonal Violence.
“La frecuencia de los intentos de control y dominio aumenta cuando lo hace la gravedad y asiduidad de la violencia”, afirma la autora
Los participantes procedían de 288 centros de secundaria de diferentes provincias españolas. El 58,1% recibía enseñanza pública y el 41,9%, privada. A través de cuestionarios anónimos, los jóvenes –todos ellos heterosexuales y con experiencia en relaciones de pareja– respondieron a doce indicadores de abuso (físico, emocional, en relaciones y a través de diferentes tecnologías).
También tuvieron que responder si estaban de acuerdo con hipotéticos argumentos que justificarían la violencia y completaron una escala para averiguar su nivel de autoestima. Por último, valoraron los mensajes escuchados en el entorno familiar referidos a las relaciones y la violencia, y puntuaron la gravedad de acciones concretas de conductas abusivas.
En función de las respuestas, el estudio refleja cuatro grupos diferenciados. El más numeroso, formado por el 76% de los participantes, está compuesto por jóvenes que nunca habían intentado ejercer violencia; el 17% admitía haber intentado controlar o aislar a su pareja algunas veces; el 5% había incurrido en conductas de abuso emocional y el 2% había ejercido múltiples conductas de abuso.
Sumando las proporciones se desprende que el 24% de los jóvenes presenta riesgo de ejercer abuso de género. “De hecho, algunos ya lo han realizado en forma de abuso emocional y múltiple”, advierte la investigadora. Estos datos concuerdan con los del Estudio Estatal de 2013, sobre la prevalencia de la violencia de género en la adolescencia escolarizada de España.
El papel de la familia
El trabajo refleja que los tres grupos de chicos que habían intentado ejercer o habían incurrido en situaciones de violencia de género se identificaban con el modelo sexista de dominio y sumisión significativamente más que el resto de adolescentes. “A mayor frecuencia y gravedad de las conductas abusivas ejercidas, mayor es la identificación con el modelo”, destaca la autora.
Además, el estudio confirma que estos jóvenes habían escuchado en su entorno, con mayor frecuencia que el resto, mensajes de justificación de la violencia (“si te pegan, pega”) y de dominio y sumisión en la pareja (“los celos son una expresión del amor”). Frases de igualdad y no violencia las habían oído con menor frecuencia.
“Nadie nace maltratador. Es el resultado del aprendizaje, donde la familia tiene un papel destacado», señala Díaz-Aguado
“Nadie nace maltratador. Es el resultado del aprendizaje, donde la familia tiene un papel destacado. Por eso es importante implicarla para prevenir el problema, potenciando mensajes de igualdad y respeto mutuo”, recomienda Díaz-Aguado.
Otra de las conclusiones es que los participantes de estos tres grupos registraron niveles bajos de autoestima, por lo que las investigadoras recomiendan que los programas de prevención desde la escuela se centren en mejorarla en condiciones de igualdad y respeto. Estos programas –que actualmente llegan al 40% de la población adolescente escolarizada– han resultado efectivos en la reducción de la violencia de género, según datos del Estudio Estatal.
La investigación también revela que el riesgo de sufrir o ejercer este tipo de violencia se extiende a toda la población, con independencia de que se estudie en un centro público o privado. “Está estrechamente relacionado tanto con el hecho de justificar la violencia como con el modelo sexista de dominio y sumisión que nuestra sociedad quiere cambiar, pero que sigue reproduciéndose a través de mecanismos fuertemente arraigados”, concluye la autora.