Los valores vienen a ser como los cimientos de las personas, determinan nuestra manera de ser y sobre ellos construimos lo que es importante en nuestras vidas. Cada persona tiene su propia jerarquización de valores según la importancia que les den. Los valores más importantes forman parte de nuestra identidad, orientan nuestras decisiones frente a los deseos e impulsos y fortalecen nuestro sentido del deber ser.
Podríamos decir que son como las huellas digitales. Cada persona tenemos nuestro propio listado y le asignamos un significado propio. No son rígidos ya que pueden cambiar a lo largo de la vida.
Valores son: Amistad, honradez, sinceridad, paz, amor, familia, libertad, honestidad, lealtad, fidelidad, esfuerzo, alegría, compromiso, respeto, integridad, solidaridad,…etc.
Cuando vivimos honrando estos valores nos sentimos potenciados y plenos. Sin embargo, ocurre que a veces estos valores entran en conflicto y hay que hacer un ejercicio para priorizar. Otras veces sentimos que otros nos están pisando alguno de nuestros valores o bien nosotros mismos nos los pisamos.
Cuando esto ocurre surge un malestar interior.
¿Qué ocurre cuando sentimos que alguien nos está pisando alguno de los valores que son importantes para nosotros? Nuestra dignidad se ve afectada, sentimos que se ha abierto una puerta que conduce directamente a la falta de respeto de nuestra persona. Es importante que restablezcamos cuanto antes nuestro sentimiento de dignidad ya que así restauramos nuestra sensación de seguridad y respeto hacia nuestro ser y hacia el de los demás.
Sólo cuando nuestros valores más importantes están alineados y son respetados por nosotros y por los demás, nuestra vida se siente en plenitud. ¡Fijaros la importancia que tienen!
Juego de dados
Había en la ciudad de Benarés un hombre, llamado Apu, aficionado a los juegos de mesa. Solía practicarlos en compañía de su amigo Amir. Sin embargo, entre ambos había una gran diferencia. Apu era honesto y sabía perder. Amir no: cuando iba ganando seguía con el juego; cuando iba perdiendo, sin que Apu se diera cuenta, se metía el dado a la boca y lo mantenía escondido debajo de la lengua para deshacerse de él más tarde.
— ¡El dado se perdió! No lo veo por ningún lado —decía hablando de una forma peculiar.
Como si estuviera muy preocupado, fingía buscarlo abajo de la mesa, en sus prendas de ropa, entre los pliegues de la alfombra y terminaba por decir: —Ni modo. El juego se acabó porque el dado no aparece. Apu no tardó en darse cuenta de esta trampa y decidió darle una lección a su amigo. Al día siguiente, antes de la acostumbrada cita para jugar tomó el dado que iban a emplear y lo metió en una mezcla líquida de especias muy picantes. Lo sacó, lo dejó secar y como el dado era amarillo no se notaba nada extraño en él. Amir llegó y comenzó el acostumbrado juego. Todo fue bien durante las tres primeras rondas, pues iba ganando. Sin embargo en el cuarto juego estaba a punto de perder. Le pareció sencillo usar el truco de siempre y se metió el dado a la boca. Pero en cuanto eso ocurrió sintió como si tuviera verdadera lumbre bajo la lengua.
— ¡Socorro! ¡Socorro! —gritaba mientras corría de un lado al otro de la habitación.
Apu le preguntó, con malicia, qué le pasaba. Amir ya no podía hablar y sólo alcanzó a sacarse el dado de la boca. Apu le acercó una bebida que ya tenía preparada, a base de mantequilla, aceite de palma, miel y jugo de caña, especial para quitar el gusto picante. Amir la apuró de un sorbo sintiendo un gran alivio. Pronto estuvo en condiciones de hablar: — ¿Por qué me hiciste eso? —preguntó a Apu.
—Porque me di cuenta que me hacías trampa en el juego y no lo podía aceptar.
— ¿Pero por qué te pareció tan importante, si jugamos sólo para entretenernos? —cuestionó Apu.
—Porque quise enseñarte que entre los amigos existe un compromiso de lealtad y que en cualquier situación, por simple que sea, hay que conducirse con rectitud. Vivir haciendo trampas sólo te traerá problemas, como este picante dado que te sorprendió.
Cuento budista